martes, 1 de julio de 2014

Construyendo la realidad holográfica: decodificando la información de los sentidos Por David Topí


Como hemos visto en el artículo anterior, la realidad en la que existimos no es más que un cúmulo de patrones energéticos, acotado a un rango de frecuencias determinado, restringido por la codificación existente en nuestro ADN, que es lo que marca que abanico de ondas y patrones decodificamos cada uno de nosotros, y que se queda fuera de nuestra percepción. 

Dependiendo de la codificación y configuración energética de cada persona, este tipo de descodificación puede variar más o menos, englobar algunos rangos lumínico-frecuenciales mayores o menores, pero, en general, nos tiene a todos los seres humanos moviéndonos en un espectro reducido de frecuencias, que son las que somos capaces de captar y modular con nuestros sentidos. 

Todo lo que escapa, vibracionalmente hablando, de esos rangos, pasa a ser información no procesada por los sentidos físicos, por lo que, si “vibra” por encima de lo que puedes percibir, no existe en tu realidad (pero quizás si en la de otros, o en la de otras formas de vida, como gatos, por ejemplo, que captan y perciben un amplio espectro electromagnético, mucho mayor que el de los seres humanos, y son capaces de ver más de lo que se mueve en otros planos, y que nosotros no podemos).

Por otro lado, puesto que cada persona maneja un rango ligeramente diferente y decodifica de forma diferente la información que le llega del mundo exterior ¿cómo sé que eso que veo delante es lo mismo que lo que ve la persona que tengo al lado? ¿Cómo llega a construirse mi mundo real, el que veo con mis ojos, el que toco con mis manos? 

Bueno, como ya suponéis, no son nuestros ojos ni nuestras manos los que perciben el mundo que llamamos “real”, sino que este es una construcción completamente subjetiva a cada persona, y por lo tanto, ilusoria, cambiante y maleable. 

Como sabéis, es nuestro cerebro quien trabaja construyendo hologramas tridimensionales en base a, parcialmente, la información que recibe de los sentidos, y que, en realidad, no son más que la representación que este considera válida para aquello que cree estar recibiendo. Y aun así, se inventa cosas. Pura ilusión. 

Viendo con la mente

Todo aquello que percibimos como real no es más que una proyección mental en tres dimensiones de lo que nuestro cerebro decodifica según lo que le llega de fuera. Nuestros ojos no “ven”, es el cerebro el que “ve”. 

Los ojos son lentes que pasan información desde la retina hasta el cerebro, que es donde se forma la imagen. Son como las ópticas de las cámaras que dejan pasar la luz, esos haces energéticos que existen ahí fuera, y los envían hacia el interior de la cabeza para procesarlos, sin hacer, en ningún momento, juicios o presunciones sobre que representan. 

El ojo no sabe que está recibiendo la energía lumínica de una silla o de un elefante, y le da igual, su función es simplemente transmitir el haz hacia el interior. Sin embargo, en el camino hacia el córtex visual del cerebro, los lóbulos temporales editan, recortan y filtran hasta un 50% del haz lumínico inicial y solo esa parte editada, de todo lo que habíamos percibido a través de la retina, es lo que llega al cerebro, que, entonces, se pone en marcha para “decidir” que es lo que está recibiendo y a que corresponde esa energía que le ha llegado, y así construir a partir de aquí, la imagen en 3D de lo que cree tener delante.




Así, si lo que “vemos” está basado en menos del 50% de una información captada del exterior, ¿cómo sabemos que es real y que es inventado? ¿Cómo se forma lo que percibimos como real para nosotros en nuestra mente? 

La respuesta es que el cerebro compone el otro 50% de información con datos de los que ya dispone, de nuestra presunción de cómo debe ser el mundo de ahí fuera, de lo que “esperamos” ver en realidad y de todo aquello que tiene acumulado en los bancos de memoria a los cuales tiene acceso, generados a través del condicionamiento y la programación con la que nacemos y crecemos. 

Por eso cada uno “ve” las cosas de forma diferente, porque básicamente su holograma final, su representación tridimensional de ese objeto o situación que ha creado, ha sido generado a imagen y semejanza de lo que ha “encontrado” por “aquí dentro” para construirla.

El proceso de transformación de la luz

Y es que el viaje de la luz desde que es percibida por nuestros “sensores” (los ojos) hasta que nos enteramos de que estamos viendo algo (construimos la imagen) es impresionante. La luz entra a través de la córnea y traspasa la pupila, que controla la cantidad que pasa para proteger nuestro sistema visual a través del iris. 

Esta luz que ha traspasado la pupila llega seguidamente al humor vítreo, una especie de masa gelatinosa que tenemos todos detrás de la pupila y, finalmente, el haz lumínico llega a la retina que captura la imagen, pero, lamentablemente, lo hace solo en dos dimensiones y al revés, por lo que, para poder terminar de discernir qué es lo que estamos viendo, la luz es enviada al cerebro en el lóbulo occipital. 

Es aquí, y solo aquí, cuando el cerebro recompone la imagen y la completa con aquella información que le pueda faltar, crea un holograma tridimensional del objeto e informa a nuestra conciencia que está “viendo” algo, que finalmente resulta ser una silla. 

Si nuestro cerebro hubiera recompuesto la imagen como algo totalmente diferente, y sin hacer demasiado caso de la información recibida a través de la vista, o haciendo alguna asociación errónea respecto ese haz lumínico que está registrando, estaríamos convencidos de que estamos viendo cualquier otra cosa, y esta otra cosa sería tan real para nosotros, por ejemplo un armario, como esa silla, porque la realidad se construye en nuestra mente, no en el exterior de la misma. 

Y básicamente lo mismo pasa con lo que oímos y escuchamos. La información es filtrada por nuestro sistema auditivo y solamente en el cerebro construimos la realidad que mejor nos va, acorde a lo que esperamos oír, creemos oír o hemos oído previamente. 

Por eso, cuando se dice algo, dos personas recibiendo la misma información pueden interpretarla de forma totalmente distinta y estar convencidos de que su versión es la correcta, y ya no hablamos de discusiones entre amigos o parejas, lo que uno oye sobre lo que dice el otro, si se registrara y luego se pasara de nuevo para ser escuchado, sería realmente de espectáculo, pues todos oímos muchas veces lo que nos interesa o esperamos oír, simplemente porque el cerebro rellena la información que le falta con lo que encuentra en el interior de la mente y que concuerda con sus expectativas y creencias. 

Mente, cerebro y neuronas

¿Y dónde se encuentra la información que nuestro cerebro usa para recomponer la realidad que percibe? En nuestra mente. ¿Es nuestra mente lo mismo que nuestro cerebro? No. La mente es un campo energético, cuántico, vibracional, situado en la parte del ser humano que llamamos cuerpo mental. 

El cerebro es el instrumento que gestiona la información que se guarda en la mente, y cuya base de datos son las neuronas, donde se almacena la “dirección energética” de cada dato guardado, para que el cerebro pueda acceder a la mente para recuperarlo cuando hace falta. 

La parte del cuerpo encargada de reenviar toda percepción o información hacia el cuerpo mental es la glándula pituitaria, que actúa, entre otras funciones, de enlace entre el plano mental y el plano físico, entre las neuronas y conexiones sinápticas del cerebro que guardan de forma química el punto de la mente donde se almacena un determinado recuerdo o concepto. 

Así, cada vez que queremos recordar algo, lo que hacemos es que activamos la neurona que contiene la dirección de donde se ubica ese recuerdo o información en la mente, y a partir de ahí se crea el enlace que nos permite recuperar esos datos.

Programas, creencias y “presunciones” de la realidad


Puesto que el contenido de la mente de cada persona es completamente diferente a la de la persona de al lado, la realidad de cada uno es completamente diferente también, ya que todos rellenamos el montante de información que nos falta, para interpretar el haz lumínico que recibimos por los sentidos, mediante el cúmulo de información que poseemos en el campo cuántico donde almacenamos todo lo que, a lo largo de la vida, vamos aprendiendo y percibiendo. 

Con un ejemplo tonto, básicamente es como decir que tenemos un señor en nuestro cerebro, que cuando le llega un papel con las letras H- M- B- E,  va y busca en el almacén de la mente que puede usar para componer algo que tenga sentido. Encuentra por ahí una “A” y una “R” que le suena que concuerda con la parte de la información recibida, y compone la palabra “HAMBRE”, interpretando que eso era lo que había entonces llegado desde el exterior. 

Otra persona, cuando su “señor del cerebro” se va a buscar al almacén lo mismo para componer esa realidad a medias, encuentra la letra “O” y la “R”, y entonces decodifica el mensaje como “HOMBRE”, haciendo que, luego, en la conversación, la primera persona jure y perjure que se dijo “hambre” y la otra jure que se dijo “hombre”. 

Manipulando la realidad interior con programas instalados en la mente

Los procesos de manipulación de la realidad global en la que existimos están basados precisamente en este mecanismo, ya que la única forma de hacer que una persona crea algo como real es hacer que, en su mente, se encuentren los programas, paradigmas y arquetipos que, cuando recuperados, hagan que la percepción de la realidad de una persona sea el que su programa o paradigma genérico dicte. 

Esto implica solo una conclusión, la realidad que vivimos es solo aquella que nos cuadra con nuestras ideas preconcebidas y creencias almacenadas, aquella que nuestra mente interpreta tal y como le va bien y aquella que se ajusta a nuestros pensamientos, sensaciones, y expectativas. 

Básicamente, vivimos la realidad exterior en base a nuestra realidad interior, el problema aquí es que esa realidad interior ha sido hackeada en base a programas concretos de control y manipulación (sociales, educativos y religiosos, múltiples, para tener donde escoger y que no se note mucho), de forma que, sin darnos cuenta, todos poseemos desde nacimiento una serie de programas y funciones determinadas que nos hacen comportarnos de una forma concreta, ver las cosas de una forma específica, y comprender el mundo de una forma particular, siempre acorde a los programas que cada uno lleva instalados.

No hay forma de percibir la “realidad real” sino desprogramando por completo la mente de todo lo que se nos ha instalado, por educación, por herencia y por manipulación social, y no hay forma de que ninguno de nosotros veamos las cosas de la misma manera porque el conjunto cerebro-mente-programas instalados es diferente para cada uno. 

Así, cuando decimos que cada uno vive en su mundo es 100% correcto, ya que no existe un mundo “base” del cual podamos hacer una referencia y guiarnos por el mismo, al menos, no mientras estemos en esta realidad “pirateada” y sea nuestra mente un medio de manipulación de la realidad subjetiva, y no una herramienta de creación de una realidad personal bajo control de nuestra conciencia, que es, precisamente, el componente del ser que somos que inutiliza este mecanismo de control y nos permite, entonces, empezar a decodificar las cosas más acorde a la realidad “real” y menos acorde a la realidad “subjetiva”.