Como hemos
visto en el artículo
anterior, la realidad en la que existimos no es más que un cúmulo de patrones
energéticos, acotado a un rango de frecuencias determinado, restringido por la
codificación existente en nuestro ADN, que es lo que marca que abanico de ondas
y patrones decodificamos cada uno de nosotros, y que se queda fuera de nuestra
percepción.
Dependiendo de
la codificación y configuración energética de cada persona, este tipo de
descodificación puede variar más o menos, englobar algunos rangos
lumínico-frecuenciales mayores o menores, pero, en general, nos tiene a todos
los seres humanos moviéndonos en un espectro reducido de frecuencias, que son
las que somos capaces de captar y modular con nuestros sentidos.
Todo lo que
escapa, vibracionalmente hablando, de esos rangos, pasa a ser información no
procesada por los sentidos físicos, por lo que, si “vibra” por encima de lo que
puedes percibir, no existe en tu realidad (pero quizás si en la de otros, o en
la de otras formas de vida, como gatos, por ejemplo, que captan y perciben un
amplio espectro electromagnético, mucho mayor que el de los seres humanos, y
son capaces de ver más de lo que se mueve en otros planos, y que nosotros no
podemos).
Por otro lado,
puesto que cada persona maneja un rango ligeramente diferente y decodifica de
forma diferente la información que le llega del mundo exterior ¿cómo sé que eso
que veo delante es lo mismo que lo que ve la persona que tengo al lado? ¿Cómo
llega a construirse mi mundo real, el que veo con mis ojos, el que toco con mis
manos?
Bueno, como ya
suponéis, no son nuestros ojos ni nuestras manos los que perciben el mundo que
llamamos “real”, sino que este es una construcción completamente subjetiva a
cada persona, y por lo tanto, ilusoria, cambiante y maleable.
Como sabéis,
es nuestro cerebro quien trabaja construyendo hologramas tridimensionales en
base a, parcialmente, la información que recibe de los sentidos, y que, en
realidad, no son más que la representación que este considera válida para
aquello que cree estar recibiendo. Y aun así, se inventa cosas. Pura
ilusión.
Viendo con la mente
Todo aquello
que percibimos como real no es más que una proyección mental en tres
dimensiones de lo que nuestro cerebro decodifica según lo que le llega de
fuera. Nuestros ojos no “ven”, es el cerebro el que “ve”.
Los ojos son
lentes que pasan información desde la retina hasta el cerebro, que es donde se
forma la imagen. Son como las ópticas de las cámaras que dejan pasar la luz,
esos haces energéticos que existen ahí fuera, y los envían hacia el interior de
la cabeza para procesarlos, sin hacer, en ningún momento, juicios o
presunciones sobre que representan.
El ojo no sabe
que está recibiendo la energía lumínica de una silla o de un elefante, y le da
igual, su función es simplemente transmitir el haz hacia el interior. Sin
embargo, en el camino hacia el córtex visual del cerebro, los lóbulos
temporales editan, recortan y filtran hasta un 50% del haz lumínico inicial
y solo esa parte editada, de todo lo que habíamos percibido a través de la
retina, es lo que llega al cerebro, que, entonces, se pone en marcha para
“decidir” que es lo que está recibiendo y a que corresponde esa energía que le
ha llegado, y así construir a partir de aquí, la imagen en 3D de lo que cree tener
delante.
Así, si lo que
“vemos” está basado en menos del 50% de una información captada del exterior,
¿cómo sabemos que es real y que es inventado? ¿Cómo se forma lo que percibimos
como real para nosotros en nuestra mente?
La respuesta
es que el cerebro compone el otro 50% de información con datos de los
que ya dispone, de nuestra presunción de cómo debe ser el mundo de ahí
fuera, de lo que “esperamos” ver en realidad y de todo aquello que tiene
acumulado en los bancos de memoria a los cuales tiene acceso, generados a
través del condicionamiento y la programación con la que nacemos y
crecemos.
Por eso cada
uno “ve” las cosas de forma diferente, porque básicamente su holograma final,
su representación tridimensional de ese objeto o situación que ha creado, ha
sido generado a imagen y semejanza de lo que ha “encontrado” por “aquí dentro”
para construirla.
El proceso de transformación
de la luz
Y es que el
viaje de la luz desde que es percibida por nuestros “sensores” (los ojos) hasta
que nos enteramos de que estamos viendo algo (construimos la imagen) es
impresionante. La luz entra a través de la córnea y traspasa la pupila, que
controla la cantidad que pasa para proteger nuestro sistema visual a través del
iris.
Esta luz que
ha traspasado la pupila llega seguidamente al humor vítreo, una especie de masa
gelatinosa que tenemos todos detrás de la pupila y, finalmente, el haz lumínico
llega a la retina que captura la imagen, pero, lamentablemente, lo hace solo en
dos dimensiones y al revés, por lo que, para poder terminar de discernir qué es
lo que estamos viendo, la luz es enviada al cerebro en el lóbulo
occipital.
Es aquí, y
solo aquí, cuando el cerebro recompone la imagen y la completa con aquella
información que le pueda faltar, crea un holograma tridimensional del objeto e
informa a nuestra conciencia que está “viendo” algo, que finalmente resulta ser
una silla.
Si nuestro
cerebro hubiera recompuesto la imagen como algo totalmente diferente, y sin
hacer demasiado caso de la información recibida a través de la vista, o
haciendo alguna asociación errónea respecto ese haz lumínico que está
registrando, estaríamos convencidos de que estamos viendo cualquier otra cosa,
y esta otra cosa sería tan real para nosotros, por ejemplo un armario, como esa
silla, porque la realidad se construye en nuestra mente, no en el exterior de
la misma.
Y básicamente
lo mismo pasa con lo que oímos y escuchamos. La información es filtrada por
nuestro sistema auditivo y solamente en el cerebro construimos la realidad que
mejor nos va, acorde a lo que esperamos oír, creemos oír o hemos oído
previamente.
Por eso,
cuando se dice algo, dos personas recibiendo la misma información pueden
interpretarla de forma totalmente distinta y estar convencidos de que su
versión es la correcta, y ya no hablamos de discusiones entre amigos o parejas,
lo que uno oye sobre lo que dice el otro, si se registrara y luego se pasara de
nuevo para ser escuchado, sería realmente de espectáculo, pues todos oímos
muchas veces lo que nos interesa o esperamos oír, simplemente porque el cerebro
rellena la información que le falta con lo que encuentra en el interior de la
mente y que concuerda con sus expectativas y creencias.
Mente, cerebro y neuronas
¿Y dónde se
encuentra la información que nuestro cerebro usa para recomponer la realidad
que percibe? En nuestra mente. ¿Es nuestra mente lo mismo que nuestro cerebro?
No. La mente es un campo energético, cuántico, vibracional, situado en la parte
del ser humano que llamamos cuerpo mental.
El cerebro es
el instrumento que gestiona la información que se guarda en la mente, y cuya
base de datos son las neuronas, donde se almacena la “dirección energética” de
cada dato guardado, para que el cerebro pueda acceder a la mente para
recuperarlo cuando hace falta.
La parte del
cuerpo encargada de reenviar toda percepción o información hacia el cuerpo
mental es la glándula pituitaria, que actúa, entre otras funciones, de enlace
entre el plano mental y el plano físico, entre las neuronas y conexiones
sinápticas del cerebro que guardan de forma química el punto de la mente donde
se almacena un determinado recuerdo o concepto.
Así, cada vez
que queremos recordar algo, lo que hacemos es que activamos la neurona que
contiene la dirección de donde se ubica ese recuerdo o información en la mente,
y a partir de ahí se crea el enlace que nos permite recuperar esos datos.
Programas, creencias y
“presunciones” de la realidad
Puesto que el
contenido de la mente de cada persona es completamente diferente a la de la
persona de al lado, la realidad de cada uno es completamente diferente también,
ya que todos rellenamos el montante de información que nos falta, para
interpretar el haz lumínico que recibimos por los sentidos, mediante el cúmulo
de información que poseemos en el campo cuántico donde almacenamos todo lo que,
a lo largo de la vida, vamos aprendiendo y percibiendo.
Con un ejemplo
tonto, básicamente es como decir que tenemos un señor en nuestro cerebro, que
cuando le llega un papel con las letras H- M- B- E, va y busca en el
almacén de la mente que puede usar para componer algo que tenga sentido.
Encuentra por ahí una “A” y una “R” que le suena que concuerda con la parte de
la información recibida, y compone la palabra “HAMBRE”, interpretando que eso
era lo que había entonces llegado desde el exterior.
Otra persona,
cuando su “señor del cerebro” se va a buscar al almacén lo mismo para componer
esa realidad a medias, encuentra la letra “O” y la “R”, y entonces decodifica
el mensaje como “HOMBRE”, haciendo que, luego, en la conversación, la primera
persona jure y perjure que se dijo “hambre” y la otra jure que se dijo
“hombre”.
Manipulando la realidad
interior con programas instalados en la mente
Los procesos
de manipulación de la realidad global en la que existimos están basados
precisamente en este mecanismo, ya que la única forma de hacer que una persona
crea algo como real es hacer que, en su mente, se encuentren los programas,
paradigmas y arquetipos que, cuando recuperados, hagan que la percepción de la
realidad de una persona sea el que su programa o paradigma genérico
dicte.
Esto implica
solo una conclusión, la realidad que vivimos es solo aquella que nos cuadra con
nuestras ideas preconcebidas y creencias almacenadas, aquella que nuestra mente
interpreta tal y como le va bien y aquella que se ajusta a nuestros
pensamientos, sensaciones, y expectativas.
Básicamente,
vivimos la realidad exterior en base a nuestra realidad interior, el problema
aquí es que esa realidad interior ha sido hackeada en base a programas
concretos de control y manipulación (sociales, educativos y religiosos,
múltiples, para tener donde escoger y que no se note mucho), de forma que, sin
darnos cuenta, todos poseemos desde nacimiento una serie de programas y
funciones determinadas que nos hacen comportarnos de una forma concreta, ver
las cosas de una forma específica, y comprender el mundo de una forma
particular, siempre acorde a los programas que cada uno lleva instalados.
No hay forma
de percibir la “realidad real” sino desprogramando por completo la mente de
todo lo que se nos ha instalado, por educación, por herencia y por manipulación
social, y no hay forma de que ninguno de nosotros veamos las
cosas de la misma manera porque el conjunto cerebro-mente-programas instalados es diferente para
cada uno.
Así, cuando
decimos que cada uno vive en su mundo es 100% correcto, ya que no existe un
mundo “base” del cual podamos hacer una referencia y guiarnos por el mismo, al
menos, no mientras estemos en esta realidad “pirateada” y sea nuestra mente un
medio de manipulación de la realidad subjetiva, y no una herramienta de
creación de una realidad personal bajo control de nuestra conciencia, que es,
precisamente, el componente del ser que somos que inutiliza este mecanismo de
control y nos permite, entonces, empezar a decodificar las cosas más acorde a
la realidad “real” y menos acorde a la realidad “subjetiva”.