Hagamos caso de lo que nos dice la
comunidad científica. Miremos a nuestro alrededor y veamos como de unas décadas
a esta parte crecen una serie de desarreglos metabólicos, problemas en el
desarrollo neuronal de los niños, problemas reproductivos, cánceres
hormono-dependientes (como los de mama, próstata o testículos)... y otros
problemas. E intentemos saber un poco acerca de la relación que todo esto puede
tener, en mayor o menor medida, con nuestra exposición cotidiana a una serie de
sustancias.
Muere la científica que nos
alertó del riesgo de las sustancias que enloquecen nuestras hormonas: Theo
Colborn
Theo Colborn.
Las generaciones venideras, una vez que
la Humanidad se haya librado (esperemos) de la tóxica frivolidad que hoy la
narcotiza, y que es la mayor peste que la azota, deberán tener muy en cuenta el
nombre de Theo Colborn.
Esta científica norteamericana, que ha
fallecido estos días a los 87 años de edad, pasará a los anales como una
pionera que, de forma contundente, intentó abrir los ojos de unas masas humanas
durmientes acerca de uno de los mayores retos ambientales y sanitarios a los
que hoy nos enfrentamos. El de unas sustancias que todos tenemos ya en
nuestros cuerpos y que pueden estar comprometiendo seriamente nuestra salud y
la de la Naturaleza. Estas sustancias son los llamados disruptores
endocrinos, sustancias capaces de alterar, con frecuencia a concentraciones
bajísimas, nuestro sistema hormonal, induciendo o favoreciendo así las más
variadas alteraciones, desde infertilidad a cánceres, pasando por diabetes,
obesidad, malformaciones, reducción de la inteligencia....
Hoy, décadas después de aquella alerta
pionera de Theo Colborn, decenas de miles de estudios científicos han desvelado
más y más datos sobre esta preocupante amenaza que está muy lejos de ser una
hipótesis sino que es una realidad sobradamente confirmada.
Uno de los mayores logros divulgativos
de Theo Colborn, fue el libro Nuestro
Futuro Robado
No en balde, en estos momentos, por
ejemplo, se libra una monumental batalla en la Unión Europea, ya que se intenta
que ese conocimiento científico sirva para establecer unas normas que reduzcan
o eliminen nuestra exposición a los centenares de sustancias que hasta ahora se
sabe que pueden tener capacidad de alterar nuestro equilibrio hormonal. Pero
claro, la industria química (en especial la dedicada a fabricar pesticidas) se
opone. Incluso, en estos momentos, hay abierta una consulta pública para que participen
los ciudadanos de la UE y puedan así mostrar que este es un tema que les
preocupa.
Lamentablemente, es probable que si
fuese una encuesta sobre qué futbolista merece ganar el balón de oro más gente
se hubiese enterado. Cuanto más frívolo es un asunto tanto más eco se hacen del
él los medios y con más fruición lo acogen las masas.
Poca gente se ha enterado de la
existencia de tal consulta, a pesar de que a lo mejor el tema tiene que ver con
que cada vez haya más mujeres con cáncer de mama o que, entre otras cosas, cada
vez los hombres tengan menos espermatozoides. Debe ser que es más importante el
fútbol o la Pantoja que el que pueda llegar el caso de que un día aquí no haya
apenas quien pueda tener hijos sin reproducción asistida (o ni incluso con ella
).
Aquí todo el mundo sabe quién es Belén
Esteban pero casi nadie Theo Colborn. Y en ese tipo de pecados está la
penitencia que representan muchos de los males que sufrimos.
Casi nadie se ha enterado, decía, de esa
encuesta europea, en la que veremos cuantos españolitos participan.
Probablemente no sean tantos como los que participaron en la designación del
Chiquilicuatre para participar en el festival de Eurovisión.
Aunque, todo hay que decirlo, las
autoridades de la UE tampoco es que se hayan esforzado en divulgarlo demasiado
y además han elaborado un tipo de encuesta enrevesada que casi era imposible de
rellenar por un ciudadano de a pie. Por ello una serie de organizaciones han
creado una plataforma más sencilla e
inteligible, para que la voz de los
ciudadanos se pueda hacer oír. Para que a Europa llegue la voz de la calle
diciendo: "este es un tema que preocupa a los ciudadanos, así que escuchen
lo que dice la Ciencia y no solo a unas cuantas grandes empresas".
Lamentablemente, Theo Colborn, que
estaba muy al tanto de todas estas cosas, no podrá ya saber qué se decidirá en
Europa y si, como ella quería, se hará caso o no de la voz de la ciencia,
anteponiendo la defensa de la salud al dinero (o si será al contrario).
Al menos, sí que vio, por ejemplo, como
la Organización Mundial de la Salud se sumó al clamor científico sobre los
riesgos de estas sustancias con unos importantes informes que presentó hace
menos de dos años, instando a los gobiernos a actuar reduciendo la exposición
humana a estos compuestos químicos.
Con independencia de lo que hagan
finalmente los gobiernos, mucho de lo que hoy está pasando en este tema, que ha
merecido una enorme atención por parte de la comunidad científica, forma parte
del legado de científicos pioneros como esta zoóloga presidenta y fundadora de
The Endocrine Disruption Exchange (TEDX), entidad que hace un seguimiento de
estas cuestiones desde su base en Paonia, un pueblo de las Montañas Rocosas, no
lejos del río Colorado.
Se han realizado millares de estudios
sobre los efectos de los disruptores endocrinos
Uno de los mayores logros divulgativos
de Theo Colborn, fue el libro Nuestro
Futuro Robado que realizó en colaboración con otro científico, Pete
Myers, y una periodista, Dianne Dumanosky. Un hito en la difusión de estos
asuntos.
En Nuestro Futuro Robado, que pude leer hacia mediados de los años
noventa, antes de que se publicara su edición en castellano, el lector hace un
viaje alucinante al mundo de los horrores que la química sintética está
produciendo en la Naturaleza. Se siente uno ante algo verdaderamente revelador
e inquietante. Un poco como Neo, en la parte primera de Matrix, cuando elige la
pastilla roja.
El libro nos cuenta con todo lujo de
detalles como la comunidad científica comenzó a ver cosas que nunca antes
habían sido vistas. Como si fuese una especie de novela policiaca, pero con
todo el rigor científico, hace un repaso de muchos de los hallazgos que
conmovieron a los investigadores, poniéndonos sobre la pista de los riesgos de
la alteración hormonal que podían inducir las sustancias contaminantes. Una
pista que, partiendo de las especies silvestres, acabaría llevándoles al descubrimiento
de efectos similares en la especie humana. Porque las especies silvestres, no
dejan de ser, al fin y al cabo, sino "centinelas" de la salud humana.
Nuestro Futuro Robado nos habla del
asombro con el que los científicos comenzaron a ver aquellas extrañas
alteraciones nunca antes vistas, en la Naturaleza. Como aquellos investigadores
que vieron como las gaviotas de los contaminados Grandes Lagos, tenían pollos
con graves malformaciones, nidos cuyos huevos nadie incubaba, parejas
homosexuales... De modo parecido, en California, hallaron gaviotas macho que
tenían oviducto, esto es, el canal por el que las hembras ponen los huevos. En
Florida, los científicos que estudiaban los caimanes de un lago vieron que el
40% de ellos no eran ni hembras ni machos, sino mixtos. También, buena parte de
las tortugas de orejas rojas de la misma masa de agua se habían convertido en
hermafroditas. Incluso las panteras de Florida arrostraban problemas: machos
feminizados, con abundantes criptorquidias, con espermatozoides venidos a
menos, con un sistema inmunológico trastocado... En los ríos británicos, por su
parte, también se daban casos de hermafroditismo y un alto porcentaje de
feminización en los machos. Y en el Río San Lorenzo (Canadá) las belugas,
además de casos de hermafroditismo, tenían el sistema inmunológico devastado.
Infecciones generalizadas, neumonía, úlceras intestinales, estomacales,
esofágicas y bucales, se cebaban en ellas. Además sufrían una alta tasa de
cánceres de mama y de trastornos endocrinos, como el hipertiroidismo. En el
Ártico, los osos polares sufrían problemas reproductivos. Y tras estas y otras
muchas cosas de las relatadas en Nuestro Futuro Robado, aparecían siempre una
serie de sustancias contaminantes: los llamados disruptores endocrinos
Sustancias procedentes de pesticidas,
transformadores eléctricos, detergentes, plásticos, tejidos... e infinidad de
otros productos y artículos de nuestra vida cotidiana. Mayoritariamente,
sustancias sintéticas, a las que estamos expuestos de continuo los seres
humanos.
Muchos informes de Theo Colborn estaban
inaugurando una línea de investigación que sería muy fértil
Fue a finales de los años 80 del pasado
siglo cuando Theo Colborn, que trabajaba entonces para el World Wildlife Fund y
The Conservation Foundation en Washington, DC, elaboró un informe sobre lo que
estaba pasando con la fauna a causa de la polución química en los Grandes
Lagos, alertando sobre los horribles efectos vistos en algunas especies, y
sobre el hecho de que estos eran compatibles con efectos que se estaban viendo
también en los humanos. Aquel informe y otros posteriores de Theo Colborn
estaban inaugurando una línea de investigación que sería muy fértil y que hoy
en día es fundamental a la hora de evaluar los efectos de las sustancias que
pueden afectar a la salud humana. No mucho después, en 1991, esta científica
convocaría el mítico encuentro científico de Wingspread, en Wisconsin, a partir
del cual comenzó a usarse el término de disruptores endocrinos. De aquella
reunión emanaría una famosa declaración científica que serviría para alertar a
la comunidad internacional acerca de este problema.
La "Declaración de Consenso de
Wingspread sobre las alteraciones químicamente inducidas en el
desarrollo sexual y funcional: la conexión fauna salvaje/seres humanos",
afirmaba que "muchas poblaciones de animales salvajes están ya afectadas
por estos compuestos químicos. Los impactos incluyen disfunción tiroidea en
aves y peces, pérdida de fertilidad en aves, peces, mariscos y mamíferos; descenso
del éxito reproductor en aves, peces y tortugas; graves malformaciones
congénitas en aves, peces y tortugas; anomalías metabólicas en aves, peces y
mamíferos; alteraciones de la conducta en aves; desmasculinización y
feminización en machos de peces, aves y mamíferos; defeminización y
masculinización de hembras de peces y aves; y daños en los sistemas
inmunológicos de aves y mamíferos"
Y consideraban que estaba claro que
"algunos de los efectos adversos que se ven en humanos hoy son vistos en
adultos que nacieron de padres expuestos a disruptores hormonales sintéticos
(agonistas y antagonistas) liberados en el medio ambiente. Las concentraciones
de una serie de agonistas y antagonistas sintéticos de la hormona sexual
presentes en la población humana de los Estados Unidos hoy están en el rango y
la dosis a la cual se dan efectos en la fauna salvaje. De hecho, se han visto
efectos a los niveles más bajos de las actuales concentraciones ambientales de
estas sustancias"
Y concluían que: "a menos que la
carga ambiental de disruptores hormonales sintéticos sea disminuida y
controlada, es posible que se produzca una disfunción de gran escala a nivel
poblacional. El alcance y el riesgo potencial para la vida silvestre y los
seres humanos son grandes debido a la probabilidad de la exposición repetida o
constante a numerosos productos químicos sintéticos que son conocidos por ser
disruptores endocrinos".
El crecimiento del conocimiento
científico que siguió a esta declaración ha sido tremendo. Se han realizado
millares de estudios sobre los efectos de los disruptores endocrinos. En parte,
no cabe duda, es algo que hay que agradecer a esta mujer ya que jugó un papel
muy importante en el origen de todo.
Alguien que, en mi opinión, habría
merecido un premio Nobel mucho más que algunos de sus receptores, en algún
caso, incluso, personas que contribuyeron a algunos de los problemas que
Colborn denunció (como por ejemplo, el que descubrió el uso como insecticida
del DDT).
Colborn hizo un notable esfuerzo por
alertar acerca de los riesgos de los productos químicos empleados en el
"fracking"
Nacida en 1927 en una localidad de New
Jersey Theo Colborn manifestó pronto un amor por las aves y la naturaleza
salvaje que le acompañaría toda la vida. Durante unos años se dedicaría
profesionalmente a la Farmacia, que es lo que había estudiado inicialmente, en
New Jersey, hasta que en los años 60 se trasladó al oeste, a espacios más
salvajes. Allí, acabaría introduciéndose cada vez más en el mundo de la ciencia
y el activismo ambiental, especialmente a partir de mediados de los 70. Su
espíritu me recuerda, en alguna medida, al de ésa otra gran científica
norteamericana, Rachel Carson,
la autora de Primavera silenciosa a
la que, por cierto, Theo admiraba.
Colborn establecería contacto y
colaboraría con entidades como la Estación Biológica de las Montañas Rocosas en
el estudio de la contaminación de las aguas. Finalmente, a finales de esa
década, tras muchas actividades realizadas, decidió volver a estudiar para
convertirse en una experta en asuntos de contaminación de las aguas, obteniendo
después además, entre otras cosas, un doctorado, a los 58 años de edad, en
zoología. Estudiaría los más diversos aspectos de epidemiología, toxicología,
química del agua... Como manifestaría posteriormente, necesitaba esos títulos
para que se le prestase la debida atención. Trabajaría en la Oficina de
Asistencia Tecnológica de Washington sobre asuntos de polución atmosférica y,
posteriormente con World Wildlife Fund y The Conservation Foundation momento en
el que estudiaría las consecuencias de la contaminación de los Grandes Lagos,
realizando diversos informes para organismos oficiales. Esos y otros trabajos
acabarían llevándola al desarrollo de una nueva visión acerca de los efectos de
los contaminantes químicos sobre la salud humana y de los ecosistemas que
abrirían la puerta a todo lo que hoy se sabe acerca de los disruptores
endocrinos, esas sustancias que, en especial cuando nos exponemos a ellas
cuando estamos en el seno materno pueden tener efectos tan sutiles como graves.
Es imposible sintetizar en un artículo
breve como este todo lo que hizo y ha representado Theo Colborn que, en sus
últimos años, aparte de seguir publicando en revistas científicas, hizo un
notable esfuerzo por alertar, por ejemplo, acerca de los riesgos de los
productos químicos empleados en el "fracking" o fractura hidráulica,
polémico método de obtención de gas del subsuelo.
El mayor honor que podría
hacérsele es que alguna vez los ciudadanos y en especial los políticos
estuviesen a la altura del reto que estos contaminantes, asociados por la
comunidad científica a una parte del auge de importantes problemas sanitarios,
se tomasen en serio lo que se sabe sobre ellos y se actuase, sin plegarse a las
dudas artificialmente creadas por la industria para crear la coartada de que
hay una falsa "controversia" científica que realmente no hay.
Los diseñadores químicos en su fiebre
creadora al servicio de los negocios industriales, pensando solo en las
aplicaciones utilitarias concretas, y desde una óptica reduccionista que no
contemplaba debidamente los posibles efectos que podían causar estas sustancias
en la trama viviente, han generado decenas de miles de sustancias sintéticas
que se producen anualmente en órdenes de cientos de millones de toneladas.
Una parte de esta química sintética son
disruptores endocrinos
La química de la Biosfera y la química
de la "tecnosfera" como comento en mi libro "La Epidemia
Química", que no es más que un intento periodístico de divulgar los
hallazgos de científicos como Colborn, han entrado en colisión.
Si el hombre producía en 1930 un millón
de toneladas de química sintética, en la actualidad pueden ser cerca de 800
millones de toneladas anuales. Una parte de esta química sintética son
disruptores endocrinos. Sustancias que pueden actuar a bajísimas
concentraciones, causando alteraciones en la trama de la vida, especialmente
cuando el ser que se expone a ellas es una criatura en desarrollo, como un
embrión o un feto dentro de su madre.
Theo Colborn dedicó su vida a abrirnos
los ojos sobre este problema.
Hagamos caso de lo que nos dice la
comunidad científica. Miremos a nuestro alrededor y veamos como de unas décadas
a esta parte crecen una serie de desarreglos metabólicos, problemas en el
desarrollo neuronal de los niños, problemas reproductivos, cánceres
hormono-dependientes (como los de mama, próstata o testículos)... y otros
problemas. E intentemos saber un poco acerca de la relación que todo esto puede
tener, en mayor o menor medida, con nuestra exposición cotidiana a una serie de
sustancias. Si se llega un día a que una parte de la población sepa de esto
solo la centésima parte de lo que sabe de ciertos personajillos de la prensa
rosa, de los futbolistas y otras tantas intrascendencias, es probable que
todavía quepa una esperanza.